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martes, 5 de julio de 2016

Se comportan como braveros de cantina, no como dirigentes de un movimiento social y justiciero...

¿Quién tomará las decisiones que urgen? ¿Osorio? Y los otros, ¿lo obstaculizarán?

A casi 72 horas —cuando escribo estas líneas— del ultimátum lanzado por el secretario de Gobernación el viernes por la tarde, la CNTE y sus paniaguados, conscientes o no de su papel de idiotas útiles (Lenin lo dijo, no yo), o compañeros de ruta (Los popútchik de Trotsky), ya se cansaron de pasarse las palabras del secretario, una y otra vez, por el Arco del Triunfo.
¿Qué queda hoy, de la fuerza del Estado mexicano? ¿Hay alguien, ante lo visto, con al menos dos dedos de frente, que piense que la ley será hecha respetar, y la paz y normalidad regresará a una buena parte del territorio nacional? ¿Habrá, aún hoy, ingenuos así en este sufrido país?
Mientras dilucidamos si hay mexicanos que sueñan todavía con la utilización obligada y urgente —además de legítima— de la fuerza del Estado, lo invito a que revisemos un aspecto que considero importante, del ultimátum que envió el secretario Osorio.
La primera hipótesis del ultimátum, pienso, es que fue una orden del Presidente de la República la cual, de manera simultánea, debió haber sido dada a los secretarios de la Defensa y la Marina. Esta orden obligaba, a los tres actores centrales en la concreción de dicho ultimátum, a realizar los preparativos para la concentración de tropas y equipo en varios puntos estratégicos, para de ahí trasladarlos a la zona de conflicto.
En consecuencia, en unas horas, los tres actores mencionados y las tropas bajo su mando, sólo esperarían la luz verde de parte del Comandante Supremo, el Presidente de la República; sin embargo, algo pasó porque, ni la orden se dio, y tampoco hubo explicación alguna a la sociedad por la inacción y silencio posterior.
Durante estas 72 horas, los bloqueos y bravatas, y las amenazas de quienes se comportan como braveros de cantina, no como dirigentes de un movimiento social y justiciero, ahí han seguido, y aún siguen. 
La segunda —dadas las reglas de la gobernación de este gobierno—, es que, a la hora buena, el Presidente reculó porque, algunos de sus cercanos lo convencieron de que lanzar la fuerza del Estado en contra de los delincuentes que ya conoce usted, sería contraproducente y su imagen, más abollada que la cara de José Toluco López, sufriría otro descalabro.
En consecuencia, Osorio quedó colgado de la brocha al quitarle la escalera que lo llevaba a la cumbre política; hoy, la situación se ha complicado aún más, pero, ¿a quién le importa?
La tercera sería, desde mi personal perspectiva, que el secretario de Gobernación se lanzó, e motu proprio (por su propia iniciativa y autoridad), dado el agravamiento de la situación política y económica que ya amenazaba con extenderse a otras entidades, a lanzar aquel ultimátum con miras, sin duda, a restablecer la autoridad del Estado, frente a un conflicto cuyas consecuencias no alcanzamos a precisar.
¿De las tres, cuál prefiere usted? Sin importar cuál escojamos, el perdedor fue el país, más que el secretario de Gobernación. A éste, por el contrario, lo veo como ganador porque, de todos los que pululan alrededor del presidente Peña, fue el único que hizo algo, que se atrevió a dar la cara.
¿Y usted, qué piensa al respecto?






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